jueves, 17 de septiembre de 2015

Deseo la luna



La reina de nuestro corazón. 
En el mundo de los tres deseos hay dos clases de personas. Las que calculan seriamente cómo exprimir al máximo esta oportunidad mágica y las que los formulan a bocajarro. Sin avaricia. Sin estrategia.

Yo siempre he sido más del primer grupo. Me recuerdo de niña, pensando tal que así: "Pues si viene alguien y te concede tres deseos, si eres listo pides que el primero sea que siempre puedas pedir uno más". Y, así, hasta el infinito y más allá. Todo atado y bien atado. Ver que a nadie se le ocurría lo mismo que a mí hacía temblar los sólidos cimientos de mi lógica infantil. Me crispaba. No entendía el cuento.

Mi madre es del segundo grupo de personas. Ella pide sin pensar. Sin hacer el mínimo cálculo de oportunidades. Toda una kamikaze del mundo del deseo.

Sus famosos tres deseos son, por este orden:
- Tener una voz superdotada e incansable, para cantar cualquier cosa, en cualquier tono y ocasión.
- Vivir en un piso en la Estafeta. Si es de los que da también a la plaza del Castillo, deseo redondo.
- Comer sin engordar.

Y eso es todo.

La comparación es odiosa. Eso sí es desear por todo lo alto, sin caer en el tópico de reclamar la paz mundial ni ponerse uno a pedir por encima de sus posibilidades, que es lo que te sale. Tres deseos preciosos, de tan terrenales. Fáciles de conceder hasta para un mago de medio pelo.

Cuadriculada como sigo siendo, yo no valgo para mantener esa ilusión, así que ando haciendo acopio de la que le sobra a mi madre para montar una correa de transmisión que llegue a su asilvestrado nieto, que de momento se cree capaz de todo, incluido comer piedras y escalar a lo más alto sobre el mínimo saliente que encuentre en el camino.

Sé que a mí me toca decirle 'no', pararle los pies, hacerle ver los peligros, renegar... El papel de Rottenmeier, que me pega más. Pero ando buscando la manera de hacerlo sin cortarle las alas, sin generar en él temores innecesarios y conservando su ilusión por explorar sin miedos este mundo que anda estrenando.

Ocho plazas para salir volando
de aquí a la Luna.
Nos las quitan de las manos.
No tengo mejor ejemplo que el de su abuela materna, que de ilusiones ha andado siempre sobrada, con un largo catálogo que incluye su ciega creencia en los Reyes Magos, en la Lotería, en este blog que a ella le gustaría que fuera de periodicidad diaria y en las posibilidades de su primer nieto, que es el único que le alegra el ojillo en los últimos meses.

Voy ensayando al pie de su antipática cama de hospital, pensando en montarme con ella en una de esas pajaritas de papel que le ha regalado su amiga Mertxe, para salir volando juntas de aquí a la Luna.

Y de paso nos cagamos en el cáncer desde bien alto.

No está mal para empezar.













Mi madre y bitxin, digno heredero de su sonrisa y sus ganas de todo.